miércoles, 1 de junio de 2016

La zona gris y la figura del sonderkommando


Si en la entrada anterior El hijo de Saúl llegaba a España después de haber triunfado en Cannes, en la actual entrada no cabe sino celebrar su éxito en los Oscars y felicitar a la Academia por haber tenido este acierto. En la entrada anterior discutíamos las condiciones del discurso cinematográfico para acercarse a la realidad de la Shoah, y en esta nos vamos a acercar a la película desde otro prisma, desde otra óptica; más que en el decir, entremos en lo dicho, concretamente en el tema fundamental de la película que es la figura del sonderkommanndo.

El director, Lászlo Nemes, está bien documentado, qué duda cabe. Del testimonio de Miklós Nyiszli, el asistente judío de Mengele, coge la historia de una joven que sale viva de la cámara de gas, también la escena de las muertes en las fosas cuando el campo trabaja a un ritmo frenético en el verano del 44. De Shlomo Venezia coge la idea del rezo del kaddish en el propio crematorio por su tío muerto en la cámara de gas. De Nyiszli, la descripción de la revuelta de los sonderkommandos, y la escena de 12 internos cruzando el Vístula para esconderse en una cabaña del bosque. Hay alusiones a Zalmen Gradowski como el compañero que entierra sus textos en el patio del crematorio. También aparece la cuestión de las 4 fotos que los sonderkommandos lograron sacar de los crematorios… Todo esto está hábilmente trenzado con la historia de Saúl, la historia de un sonderkommando que busca un rabino para rezarle un kaddish al que dice que es su hijo y así darle una despedida de ese mundo de muerte que es el crematorio.

 

1. La figura del sonderkommando.

El tema que nos proponemos abordar es la figura del sonderkommando, una figura controvertida en la literatura concentracionaria. Esta figura remite a los judíos que trabajaban en los crematorios, cuya tarea era tranquilizar a los que llegaban al corazón del infierno, sacar los cuerpos de la cámara de gas, cortarles el pelo, sacarles los dientes de oro, incinerarlos en los hornos del crematorio y tirar las cenizas al Vístula. Pasado un tiempo los liquidaban para dar entrada a otro grupo de sonderkommandos.

Dentro del propio Lager el nombre de “los cuervos del crematorio” producía pavor. Cuenta Miklos Nyiszli que cuando encontró en el campo a su mujer y le dijo que trabajaba en el sonderkommando, su mujer y su hija le miraron “con espanto”. Su familia sabía que los sonderkommandos eran liquidados regularmente y también sabían que los sonderkommandos eran inseparables del crematorio, se los asociaba al olor que salía de la chimenea. Todo lo relacionado con los sonderkommandos producía terror.

            La imagen que tenían los comandos especiales entre los internos era la de seres endurecidos, sin piedad, insensibles, salvajes, seres preocupados por seguir con vida a toda costa, pegados al olor de las chimeneas. Rudolf Vrba escribía: “Por el terrible olor que desprendían, se tenía poco contacto con ellos. Estaban siempre sucios, muy descuidados, eran como salvajes, indescriptibles y sin piedad”.

En 1945, Primo Levi escribe junto a Leornardo Debenedetti el Informe sobre la organización higiénico-sanitaria del campo de concentración para judíos de Monowitz (Auschwitz-Alta Silesia). En este informe recogen los autores algunas de las ideas que había en el interior del campo sobre los sonderkommandos: “Los miembros de este Comando vivían aparte, cuidadosamente separados, sin contacto alguno con los otros prisioneros ni con el mundo exterior. Sus ropas despedían un olor nauseabundo, estaban siempre mugrientos y tenían un aspecto resueltamente salvaje, que los hacían parecerse a verdaderas bestias feroces. Eran escogidos entre los peores criminales condenados por delitos de sangre”. De lo dicho, podíamos extraer dos ideas que retratan la imagen que los internos tenían de los sonderkommandos: su embrutecimiento y su complicidad.

Miklós Nyiszli, el médico judío asistente de Mengele, escribía en su testimonio que eran conscientes “de la tragedia inmensa en la que estábamos abandonados”, esa tragedia podía conducir a “la locura” por “la sensación de impotencia que nos hace enloquecer. Estoy cerca de un ataque nervioso”. El médico de los crematorios describe la situación de los miembros del sonderkommando en términos de “psicológicamente destrozados”, “en un estado de depresión” y de “crisis nerviosa”.
 

En Shoah, la película de Lanzmann, en una de las apariciones de Filip Müller dice: “El comando especial vivía en una situación extrema. Cada día, ante nuestros ojos, miles y miles de inocentes desaparecían por la chimenea. Podíamos darnos cuenta, con nuestros propios ojos, del significado profundo del ser humano; ellos llegaban allí, hombres, mujeres, niños; todos inocentes… Desaparecían de golpe… Nos sentíamos abandonados del mundo, de la humanidad”.

En esta situación tan trágica en la que vivían los trabajadores del crematorio, escribía Shlomo Venezia, otro sonderkommando, “nos convertimos en autómatas, obedeciendo órdenes e intentando no pensar, para sobrevivir algunas horas más. Birkenau era un verdadero infierno, nadie puede comprender ni entrar en la lógica de aquel campo”. Este sonderkommando tras sobrevivir en Auschwitz, estuvo en otros campos, y al comparar la experiencia en los diferentes campos, decía que “ nosotros, en el Sonderkommando, tal vez teníamos mejores condiciones de supervivencia cotidiana; teníamos menos frío, más comida, menos violencia, pero vimos lo peor, estábamos dentro de ello todo el día, en pleno meollo del infierno”.

Estas imágenes se repiten. Nyiszli intentaba “no pensar ni un segundo”. Zalmen Gradowski, un sonderkommando que enterró sus textos en las cercanías del crematorio, escribía: “Es preciso endurecer el corazón, matar toda sensibilidad, acallar todo sentimiento de dolor. Es preciso reprimir el horroroso sufrimiento que recorre como un huracán todos los rincones del cuerpo. Es preciso convertirse en un autómata que nada ve, nada siente y nada comprende”.

Gradowski, además de usar la imagen del autómata, también usa otro término para describir la situación de los sonderkommandos, el de sombras. Después de haber entrado en la cámara de gas, “varias siluetas de sombras humanas arrastraban por el hueco algún fardo pesado, algún cuerpo que llevaban hacia una puerta abierta. Luego volvían y con pasos silenciosos, una vez más llevaban otro y desaparecían con él a través de esa misma puerta”.

En otro momento de Shoah, Lanzmann está entrevistando a Abraham Bomba, un sonderkommando de Treblinka. Está contando cómo trabaja su comando, eran peluqueros, esperaban dentro de la propia cámara de gas, allí le cortaban el pelo a las mujeres, “solamente algunos bancos y dieciséis o diecisiete peluqueros. Pero ellas, ¡eran tan numerosas! Cada una llevaba alrededor de dos minutos, no más (…) Nos ordenaban dejar la cámara de gas. Durante algunos minutos, alrededor de cinco minutos. Entonces, enviaban el gas y las asfixiaban hasta hacerlas morir”.

Lanzmann le pregunta: “¿Qué experimentó la primera vez que vio a las estas mujeres desnudas con los niños, qué es lo que sintió?”.

Abraham Bomba responde: “En fin, ¿sabe? “Sentir” ahí abajo… Era muy duro tener cualquier sentimiento: imagínese, trabajar día y noche entre los muertos, los cadáveres, los sentimientos de uno desaparecían, uno estaba muerto al sentimiento, muerto a todo”.
 

Por lo que vamos viendo parece que los propios supervivientes se describen a sí mismos en ese estado de embrutecimiento y envilecimiento. Shlomo Venezia coincidió en el Sonderkommando del crematorio III con David Olère. Tras la liberación este deportado francés realizó multitud de dibujos sobre su experiencia en el crematorio. Estos dibujos tienen un gran valor testimonial ya que Olère fue el único artista que trabajó en el Sonderkommando. En la mayoría de estos dibujos aparecen los sonderkommandos de forma impersonal frente a la individuación con que son retratados los miembros de las SS. También las víctimas aparecen individualizadas, y el propio Olère se autorretrata de forma realista, pero Olère presenta a los sonderkommandos de forma impersonal, como si fueran autómatas, sombras, con el sentimiento muerto.
 

40 años después del texto de Primo Levi que vimos más arriba apareció Los hundidos y los salvados. En el capítulo dedicado a la zona gris, que después retomaremos, Levi hace referencia al estado de los sonderkommandos: “No hay duda de que se trata de la muerte del alma: ahora bien, nadie puede saber cuánto tiempo, ni a qué pruebas podrá resistir su alma antes de doblegarse o de romperse. Todo ser humano tiene una reserva de fuerzas cuya medida desconoce: puede ser grande, pequeña o inexistente, y solo en la extrema adversidad puede ser valorada”.

¿A qué puede deberse esa “muerte del alma” a la que se refieren Primo Levi y David Olère? En el testimonio de Shlomo Venezia se puede leer su incomprensión ante los compañeros que rezaban fervientemente, estos compañeros desconocían su verdadera situación ya que “eran vivos que estaban cruzando la frontera con la muerte”. Tenían  una vida degradada e infectada de muerte, en palabras de Venezia, “en constante contacto con los muertos. Aquella visión cotidiana de todas aquellas víctimas gaseadas… El hecho de ver a todos aquellos grupos llegando y entrando sin esperanzas”.

“…vivos que estaban cruzando la frontera con la muerte”, estas palabras de Venezia parecen remitir a las reflexiones que Adorno hace sobre la vida dañada en Mínima Moralia. En el parágrafo 148 de este libro, Adorno señala que “lo que los nacionalsocialistas hicieron con millones de personas fue la catalogación de los vivos como muertos”, la vida dañada es la presencia excesiva y brutal de la muerte en la vida; la muerte contamina, ensucia, contagia a la vida. El triunfo de  la muerte sobre la vida conlleva “una humanidad que ha muerto”. El Lager como campo de muerte, como fábrica de muerte va matando a la manera de una cadena de producción a individuos que no son más que la materia prima de la muerte en masa. La presencia desaforada de la muerte consigue “la absoluta irrelevancia del ser vivo”, y es que en la vida dañada la vida no lo es tal, la vida no es vida, es vida preñada de muerte. Pero la muerte tampoco es muerte: “La radical sustituibilidad del individuo hace prácticamente de su muerte, con desprecio total de la misma, algo revocable”. La muerte deja de ser personal ya que lo que hace el Lager es “sentenciar a muerte por vía administrativa a incontables seres”. La vida dañada, la vida llena de muerte, la vida que ha cruzado la frontera con la muerte, donde ni la vida es tal ni tampoco la muerte.

Por tanto, partíamos de la imagen que había en el Lager de los sonderkommandos como embrutecidos y cómplices, y confrontábamos esta imagen con la que tenían los propios sonderkommandos sobre sí mismos. El primer resultado al que hemos llegado es que hay coincidencia entre este embrutecimiento o envilecimiento con las descripciones que hacen los propios sonderkommandos de sí mismos ya sea como situación extrema (Müller), crisis nerviosa (Nyiszly), autómatas (Venezia, Gradowski), con el sentimiento muerto (Bomba), de forma impersonal (Olère) o muerte del alma (Levi).

 

2. La zona gris.

La sombra de complicidad ha sido una de las constantes críticas que se han hecho a los sonderkommandos. Los supervivientes de este comando han tratado en sus testimonios de la distancia que había entre los SS y los sonderkommandos. Para dibujar el mapa de la cuestión, tenemos que remitirnos en un extremo al testimonio de Miklós Nyizsli. El asistente de Megele nos ofrece una perspectiva de la situación del Sonderkommando en cercanía con los SS. En este contexto nos narra el famoso partido de fútbol: “Queda todavía tiempo para cenar. Los del Sonderkommando traen una pelota. Se forman dos equipos: SS contra Sonderkommando. En una parte del campo están los guardias, en el otro los prisioneros del Sonderkommando. El público formado de SS y de otros componentes del Sonderkommando, gritan para animar a su equipo, como si se encontraran en un campo de fútbol normal de un pequeño pueblo de provincia”. La reducida distancia entre ambos colectivos se puede ver en el discurrir de la propia actividad del Crematorio. “En el campo vodka y cigarros son elementos esenciales para no enloquecer. Todos los del Sonderkommando y todos los SS fuman y beben continuamente”

El médico también establece una escala moral entre los SS a los que llega a conocer bien. Por una parte, está Muhsfeldt. En una ocasión, cuando encuentran viva a una chica de 15 años tras un gaseamiento, el médico se dirige a él, “rezando para que haga algo con la niña. Me escucha con atención y me pregunta lo que le sugiero hacer. Comprendo que la situación es muy complicada. Veo en su cara que le he entregado un problema muy grave”. El diálogo que tienen ambos tiene una gran importancia moral: “Si tuviera unos años más se podría solucionar, me contesta Muhsfeldt. Una joven de veinte años tiene raciocinio suficiente para comprender la suerte que le ha tocado y callarse agradeciendo el destino. Pero una niña de dieciséis años, con su ingenuidad, a la primera ocasión contará a todos sus experiencia. En un par de días todo el campo lo sabría. La niña no puede quedar con vida”. Ese titubeo moral de Muhsfeldt hace que no sea el monolito moral que acostumbra. Pero es solo un titubeo, en otra ocasión, en otro momento de turbación, el Oberscharführer le dice: “Para mí es totalmente indiferente matar a ochenta o a mil personas”.

En una escala moral, después del titubeo de Muhsfeldt está Mengele, que también tiene algún desliz moral  que rompe el monolitismo del Hauptsturmführer, “una pequeña señal de sensibilidad”. Más allá está Otto Moll, de él dice el médico que fue “el más inhumano y criminal de todo el Tercer Reich”, muy famoso entre los sonderkommandos por su crueldad.

Nyiszli sospecha que los SS del Crematorio son como los Sonderkommandos. También ellos viven separados del resto, también ellos conocen el secreto de las cámaras de gas y también ellos serán asesinados después de la muerte de los sonderkommandos. No lo dice claramente, se trata de una “suposición”, “nuestros verdugos fallecerán después de nosotros”.

Si el testimonio de Nyiszli muestra cierta cercanía entre los SS y los sonderkommandos, en otros testimonios lo que separa a ambos es una distancia enorme. Shlomo Venezia cuenta que logró convencer al Kapo Lemke para trasladar a su hermano del Crematorio IV al Crematorio III, donde estaba el propio Venezia. Así los hermanos pudieron reunirse. “Para los alemanes y para los kapos era lo mismo, un “pedazo” (Stück) de un lado o del otro. Lo importante era que el número coincidiese. Ni siquiera miraban los números de matrícula, nosotros éramos solo unos Stücke”. Cuando faltaba alguien en los interminables recuentos en la Appelplatz, los SS nunca decían que faltaba una persona, sino ein Stück, una pieza o un pedazo.
 

            También Zalmen Gradowski marca una distancia enorme entre los SS y los sonderkommandos. En el segundo manuscrito nos relata la liquidación del campamento checo, se trataba de familias que venían de Theresienstadt y que llevaban varios meses viviendo en Auschwitz. Sobre los engaños, las tretas y los sarcasmos de los SS escribe: “Los demonios y las bestias inmundas han estudiado minuciosamente su jugada. Han destrozado a las familias con toda intención para que las víctimas se obnubilaran con una nueva preocupación antes de morir”. No es más que “el sacrificio de cinco mil vidas inocentes ofrendado a su dios. Las bestias y criminales, los asesinos, sentían júbilo, celebraban su proeza”.

Para marcar todo el espacio moral que hay desde esta cercanía a esta distancia Primo Levi acuñó en Los hundidos y los salvados una expresión que ha tenido mucha fortuna, la zona gris: “Es una zona gris, de contornos mal definidos, que separa y une al mismo tiempo a los dos bandos de patrones y siervos”. Es la zona moralmente ambigua de la colaboración y del privilegio; es la zona que separa a verdugos y a víctimas, porque no se pueden confundir, pero también, de forma muy inquietante, es la zona de “identificación, imitación, intercambio entre el verdugo y la víctima”.
 

La zona gris es la zona de los salvados, esto es, de los adaptados al Lager; la zona de los privilegiados, de los funcionarios, de los que sobreviven tras haber renunciado a su “mundo moral”. En la zona gris, Levi pone a los Kapos y los sonderkommandos;  para estos últimos, Primo Levi remite a la escena del partido de fútbol que veíamos antes en el testimonio de Nyizsli, los SS “veían en los sonderkommandos a colegas suyos, tan inhumanos ya como ellos, atados al mismo carro, ligados por el mismo inmundo vínculo de la complicidad impuesta”. En este fragmento podemos ver cómo caracteriza el autor italiano a los sonderkommandos. Independientemente de cómo vean estos prisioneros su actividad, son cómplices, colaboradores del proyecto de exterminio, elementos fundamentales, necesarios en la cadena de producción de la muerte. Esta colaboración, a pesar de cómo se vean a sí mismos, los sitúa en el ámbito de las víctimas que han perdido su inocencia, “en su consuelo no tienen ni siquiera la conciencia de saberse inocentes”. Complicidad, colaboración, las víctimas pierden su inocencia, se asimilan a sus verdugos. Ante todo esto, tan abrumador, Levi nos emplaza a suspender el juicio moral, a no aplicar nuestro juicio a los que han tenido que vivir la tesitura moral más horrible.

La complicidad hace semejantes a SS y a sonderkommandos, los embrutece de la misma manera, están degradados a la misma condición, reducidos a la condición inhumana. Es en este contexto donde Levi habla de la “muerte del alma” que veíamos antes.

Sobre la acusación de colaboración se rebela Shlomo Venezia. En relación a los que llevaban a las cámaras, dice Venezia, “no pienso que sea colaboración querer aliviar un poco de sufrimiento”. ¿Qué se podía hacer frente a aquella pobre gente? Ya solo quedaba consolarlos un poco. Venezia no admite ninguna responsabilidad ya que solo mataban los alemanes. Abraham Bomba, en Shoah, advierte que, ya dentro de la cámara de gas de Treblinka, solo cabía “ser lo más humanos posible”. En uno de los momentos más dramáticos de la película, a Bomba se le quiebra la voz y Lanzmann le insta a continuar. Bomba cuenta el momento en el que entró la mujer y la hermana de uno de sus compañeros. “Trataba de hablarles, pero tanto a la una como a la otra era imposible decirles que se trataba del último instante de su vida… Pero, sin embargo, hacía por ellas lo máximo, quedarse con ellas un segundo, un minuto más, las estrechaba, las abrazaba. Porque sabía que no las volvería a ver jamás”.

En la misma película, Filip Müller dice que “era un sinsentido decir la verdad a cualquiera que atravesaba el umbral del crematorio. Allí no se podía salvar a nadie. Allí era demasiado tarde”. Cuenta que en una ocasión un sonderkommando reconoció a la mujer de un amigo y le dijo que la iban a matar. Los SS terminaron torturando a la mujer y lanzando vivo al sonderkommando a un horno.

Shlomo Venezia no esconde que había algo más. A veces, tenían que sujetar a las personas enfermas mientras que los SS les pegaban un tiro en la nuca y además, tenían que colocarlos de forma tal que la sangre no manchara a los SS. “No podía existir nada más duro que sujetarlos mientras los mataban”. Los sondekommandos se veían obligados a hacer este tipo de cosas. “Sin embargo, en este caso, reconozco que me siento algo cómplice, aunque yo no los maté. No teníamos elección, no teníamos otra posibilidad en aquel infierno. Si me hubiera negado a hacerlo, el alemán se me habría arrojado encima y me habría matado de inmediato, para dar ejemplo. Afortunadamente, no enviaban a menudo a aquellos grupos a nuestro Crematorio”.

Otra vez en Shoah. Lanzmann entrevista a Richard Glozer, un sonderkommando de Treblinka. Febrero de 1943, la “temporada mala” de Treblinka. No llegan transportes y el hambre se extiende por todo el campo; un miembro de las SS les dice que al día siguiente se acabará el hambre, y es entonces cuando empezaron a llegar los transportes de Salónica. Glozer señala que “los transportes de los países balcánicos nos llevaron a la terrible toma de conciencia: nosotros éramos los trabajadores de la fábrica de Treblinka y participábamos en todo el proceso de fabricación… es decir, en el proceso de muerte de Treblinka”. Los del Comando Especial toman conciencia de la participación en un proceso, que no sería posible sin ellos, y que ellos no podrían sobrevivir sin ese proceso. Esta toma de conciencia hizo que “en nosotros surgiera el odio y también el sentimiento de que eso no podía durar más tiempo, que tenía que ocurrir algo”. A partir de aquí se comenzó a “organizar la sublevación”.

Varios supervivientes coinciden en que su terrible trabajo tiene algo que ensucia, también moralmente. Los sonderkommandos supervivientes no se cuestionan su papel ante las víctimas en el momento anterior al gaseamiento, por el contrario, muestran su estupor en el momento posterior al gaseamiento. Cuenta Filip Müller sobre el momento de abrir las cámaras de gas: “Esto lo he visto muchas veces. Y era lo más duro de todo. A eso no se acostumbraba uno jamás. Resultaba imposible”. En Shoah cuenta el combate terrible que se desarrollaba dentro de la cámara de gas, la lucha por la supervivencia… “Aquel combate de la muerte. Era un espectáculo espantoso. Y eso era lo más difícil”.

Zalmen Gradowski narra el momento de sacar los cuerpos tras el gaseamiento con una gran fuerza dramática: “Se estira con fuerza hasta extraer los cuerpos de la madeja, éste por una pierna, aquel otro por un brazo. Parece que en cualquier momento van a desmembrarse por los incesantes tirones. Después se arrastra el cuerpo por el mugriento y frío suelo de cemento, y su hermosa blancura alabastrina, como si fuera una escoba, va recogiendo toda la suciedad. Se toma el cuerpo, ahora manchado, y se lo coloca boca arriba. Te miran unos ojos ya vidriosos, como si te preguntaran: ¿Qué harás conmigo ahora, hermano?”.

Shlomo Venezia, al comentar este terrible momento, deja dicho: “Nunca lo había contado hasta ahora; es tan abrumador y triste que me cuesta hablar de estas visiones de la cámara de gas”. ¡Qué muerte tan horrible! Cuerpos aplastados, buscando desesperadamente un poco de aire, cuerpos sucios…

Los sonderkommandos supervivientes repiten esta imagen, como algo que ensucia, que tizna moralmente. El propio Venezia dice: “No porque se tratara de cadáveres, eso aún…, sino porque su muerte lo era todo salvo una muerte dulce. Era una muerte inmunda, sucia. Una muerte forzada, difícil y distinta para todos”. La suciedad lo pringaba todo, los sonderkommandos “evitaban tener que tirar de los cadáveres con las manos. Eso era muy importante para nosotros”. Para ello usaban unos bastones para no tener que tocarlos.

Una muerte sucia que mancha, quizá este fuese el momento en el que los sonderkommandos tomasen conciencia de su participación en el proceso industrial de exterminio. Mientras que el momento en el que las víctimas entraban en la cámara de gas, aunque hubiese un margen de posibilidades de acción, no llegaba a ser moralmente controvertido porque sabían que cualquier acción podía ser contraproducente, el momento de sacar los cuerpos de la cámara de gas, momento en el que sus opciones y posibilidades eran inexistentes, ya que solo podían hacer lo que tenían que hacer, parece que es el momento más terrible moralmente. Cuanto menor era su libertad, mayor su responsabilidad. Otra paradoja más de Auschwitz.

Zalmen Gradowski, al ver a las mujeres del contingente checo que procede de Theresienstadt, hace la siguiente reflexión: “Estos hermosos cuerpos seductores que ahora florecen llenos de vida quedarán tendidos en el suelo, como seres repugnantes revolcados en el lodo y la mugre de la tierra, sus limpios cuerpos alabastrinos maculados por las deyecciones”. Señala que se le arrancarán los dientes, que sangrarán por la nariz, que sus rostros blancos tornarán rojo, azul o negro por efecto del gas, los ojos se le inyectarán en sangre, se le cortará el pelo, arrancarán los pendientes. “Después, dos hombres extraños cubrirán con guantes sus manos o las envolverán con un trozo de tela, ya que esos cuerpos (ahora blancos como la nieve) tendrán entonces un aspecto repulsivo y no querrán tocarlos con las manos desnudas”. Y después, “como si se trataran de animales repugnantes, serán lanzadas, arrojadas, a un montacargas que las enviará al fuego de allí arriba”.
 

Zalmen Gradowski reflexiona sobre esta experiencia tan terrorífica. “Sentimos en nosotros mismos, sufrimos en carne propia la angustia de su paso de la vida a la muerte”. Sin embargo, discrepo, modestamente, de Gradowski, no es el paso de la vida a la muerte lo que produce esta experiencia. Ante el paso de la vida a la muerte se puede experimentar compasión, dolor; pero esta “angustia”, este asco moral solo se puede experimentar ante una muerte que no es muerte, ya no es una muerte que esté en el ámbito de las experiencias humanas, sino que es una muerte industrial, es una muerte que no es una muerte. Se pasa de la muerte que pertenece al ámbito de lo humano, a una muerte industrial, en masa, como materia prima. Este cambio que Agambem ha estudiado en el contexto de la figura del musulmán, es lo que produce esta muerte que mancha, que es sucia moralmente. El contacto con la deshumanización que provoca el Lager es lo que provoca el envilecimiento y la complicidad de los sonderkommandos. Una complicidad, tal vez no reconocida, pero sí asumida por los supervivientes. Los sonderkommandos, bisagras de la zona gris, centro de la zona gris, la zona de la ambigüedad moral, de las víctimas que pierden su condición de inocentes.

 

3. La movilidad de la zona gris.

Si bien el marco general de la zona gris sirve para establecer fenómenos que rompen nuestra comprensión de la moral y que están en el centro del Lager, pienso que la descripción que hace Primo Levi no considera algunos fenómenos morales. Veamos dos casos. Quizá uno de los momentos más emotivos de Shoah es la aparición de Filip Müller, un judío checo capaz de sobrevivir a cinco liquidaciones del Sonderkommando de Auschwitz. Lanzmann pone la cámara algo distante, Müller queda a cierta distancia del espectador, algo empequeñecido, gesticula enormemente. Empieza a hablar. En la conmoción que supuso para el Sonderkommando la  liquidación de las familias checas procedentes de Theresienstadt, en este enorme dolor dice Müller: “Todo esto le sucedía a mis compatriotas… Y me di cuenta que mi vida no tenía ya ningún valor. ¿A santo de qué vivir? ¿Para qué? Entonces, entré con ellos en la cámara de gas y decidí morir. Con ellos. De repente, se me acercaron algunos que me habían reconocido (…) Una mujer me dijo: Por lo visto, quieres morir. Pero eso no tiene ningún sentido. Tu muerte no nos devolverá la vida. Debes salir de aquí, debes dar testimonio de nuestro sufrimiento y de la injusticia que se ha comedido con nosotros”. En la zona gris y en la oscuridad del crematorio, Müller se orientó hacia las víctimas, y teniendo la referencia en ellas, experimentó un enorme sufrimiento moral, tanto que quiso entrar en la cámara de gas con ellas.

El ejemplo de Filip Müller es extraordinario, del sufrimiento moral no extrae odio, no termina en la “muerte del alma”, no llega a ser un autómata que logra no pensar en nada. Filip Müller extrajo otras cosas. “Nos sentíamos abandonados, del mundo, de la humanidad. Y, precisamente en estas circunstancias, fue cuando comprendimos mejor lo que suponía la posibilidad de sobrevivir. Porque valorábamos el precio infinito de la vida humana. Y estábamos convencidos de que la esperanza permanece en el hombre mientras vive. No hay que abdicar de la esperanza jamás, mientra se vive”. Del sufrimiento moral saca el deseo de vivir y el valor de la vida humana. Es la fuerza de la memoria, del testimonio de tanto sufrimiento e injusticia lo que le permite salir del embrutecimiento y la animalización a partir de la mirada a las víctimas. Hay que sobrevivir para dar testimonio, para recuperar la humanidad de las víctimas en lo posible, y así, mantenerse lo más humano posible.

El caso de Filip Müller no es una excepción. Zalmen Gradowski es un caso límite en lo referente al testimonio. Escribió unos manuscritos que enterró en las cercanías del crematorio, estos textos aparecieron después de la guerra. “Si alguna vez quieres comprender, querido lector, quieres conocer nuestro yo, medita profundamente en estas líneas y podrás hacerte una imagen de nosotros y entenderás también por qué hemos sido de ésta y no de otra manera”. Se trata de dos manuscritos, el primero trata sobre la salida del gueto, el viaje en tren y la llegada a Auschwitz; en el segundo, escribe sobre la liquidación de una parte del Sonderkommando y sobre el gaseamiento del contingente checo procedente del gueto de Theresienstadt. Es un testimonio excepcional ya que está escrito en el propio crematorio.

El testimonio tiene una marcada voluntad de estilo, no se limita a una crónica ni a establecer una serie de acontecimientos. La escritura que acompaña al testimonio pretende una mirada de fuerte carga moral. No trata tanto de sus propias experiencias sino del intento por reconstruir un mundo, los mundos de los que han ido pasando por un lugar que es “la residencia de la muerte”.Y es que Gradowski va cambiando el punto de vista, por ejemplo en el tren, la primera persona va pasando de un grupo a otro, aquella pareja que está en el vagón, la que tiene un niño, aquellos dos ancianos… La escritura va recogiendo fragmentos de vida que van quedando perdidos en un viaje repetido cientos de veces. La escritura es la forma de salir del yo para reconstruir fragmentos de unas vidas perdidas, instantes que si no es por el testimonio quedan abocados al total olvido.

Desde el principio caracteriza a los sonderkommandos como unos autómatas, “espiritualmente quebrados y físicamente agotados”, “sombras que antes habían sido personas”, individuos insensibles, dice Gradowski: “El alma se desgarra: ¿cómo puedo mantenerme tan insensible, con los sentimientos embotados, atrofiados?”. Con “un trabajo monstruoso, horrendo y trágico”, “no he tenido ni un solo día para sumergirme en mi desgracia”. Solo la escritura le permite salir de esta condición, de este embrutecimiento, de esa animalización, de ese envilecimiento. El abrirse a otras personas, a las víctimas es la única manera de escapar de la condición de inhumanidad que le confiere su terrible trabajo.

En el segundo manuscrito escribe sobre la liquidación de una parte del Sonderkommando. Los SS ponen una lista de los que van a ser evacuados: “La lista cuelga en la pared como un testigo vivo de que no somos nada y de que no tenemos ningún valor”. Sin embargo, Gradowski mira la situación desde otra perspectiva: “…los quince meses de vida en común haciendo el monstruoso, horrendo y trágico trabajo ha hecho de nosotros un cementado y estructurado organismo único y cerrado, somos un compacto grupo de compañeros entre los que se ha creado una inseparable e indivisible hermandad familiar”. Al narrar la liquidación, Gradowski trata de reintegrar a sus compañeros del Sonderkommando al campo semántico de la vida. Así, de esta forma, habla de “amigos”, “familia”, “desgarro”, “esperanza”, “coraje”, “llanto”, “tristeza”, “sensibilidad”, todo esto son “fuentes de vida en el desierto de la muerte”.

Una narración similar hace del gaseado de las familias checas, toda la narración es un ejercicio de dignificarlas, de presentarlas como personas no como materia prima de la industria de la muerte. La descripción de las mujeres sigue esta línea: “Lo que sorprende es que estas mujeres, frente a tantos otros transportes, permanezcan tan serenas. Miran de frente a la muerte con una valentía, una serenidad que nos deja estupefactos”. Los trabajadores del crematorio no dan crédito cuando estas mujeres se ponen a cantar; cantan la Internacional, el himno hebreo, el himno nacional checo. Ante esto, Gradowski escribe: “Nuestros corazones están destrozados por el dolor. Sentimos en nosotros mismos la propia angustia del peso de la vida a la muerte”. Ante las víctimas que mueren, Gradowski se abre en un “desgarramiento emocional”. Es la opción de abrirse a los demás, de recoger los fragmentos de estas vidas, en definitiva, de la memoria, lo que abre el camino de “sobrevivir, para aguantar el sufrimiento”

Los casos de Filip Müller y de Zalmen Gradowski nos obligan a replantearnos algunas de las cuestiones que dejó Primo Levi con su concepto de zona gris. Levi establece una cartografía de esta zona de ambigüedad moral, de transición entre los verdugos y las víctimas, sin embargo el caso de estos dos testimonios hace necesario otro enfoque complementario. La zona gris también es un campo de fuerzas, un espacio con una dinámica. Lo que hacen estos dos testimonios es establecer una dinámica en la zona gris, ambos cambian de lugar en la zona gris y lo hacen a partir de dirigir la mirada, con casi desesperación, hacia las víctimas. No pueden recuperar su inocencia pero ambos recuperan parte de su humanidad desde la inhumanidad de la vida dañada, del exceso de muerte y de la contaminación de vida por parte de la muerte. La parte de humanidad que recuperan no se basa en la dignidad, concepto muerto en la entrada del Lager, sino en la recuperación de la ligazón con las víctimas, con los que están muriendo. La responsabilidad ante los muertos es lo que permite recuperar la conciencia ante el mar de muerte que supone el crematorio para Gradowski. En este mar ambos autores pretenden salvar algo, evitar que todo se pierda, o evitar que se pierda como materia prima de la fábrica de la muerte. Solo recuperando parte de la humanidad de las víctimas estos miembros del Sonderkommando pueden recuperar parte de la suya. Solo así pueden salir de la animalización, del embrutecimiento, del envilecimiento, solo así pueden dejar de ser autómatas, sombras sin vida; solo así se puede escapar de la inhumanidad.

Tratar de salvar parte de la humanidad de las víctimas es lo que permite salvar parte de la humanidad de estos sonderkommandos. Salvar a las víctimas, sacarlas de su condición de materia prima es salvarlas en la memoria. En este sentido, ambos autores se complementan, mientras para Müller hay que “sobrevivir para dar testimonio”, para Gradowski es al contrario, “quiero recordar para sobrevivir, para aguantar el sufrimiento”. Ambos coinciden en el sufrimiento moral que les produce su acercamiento a las victimas en tanto que víctimas, y también en que tienen que recuperar la humanidad de las víctimas, en la medida de lo posible, con su voluntad de sobrevivir.

Este esfuerzo para recuperar la humanidad, para inyectar más vida en el océano de muerte que es Auschwitz creo que provoca una oscilación en la zona gris. Los sonderkommandos siguen ejerciendo su función, no pueden salir se la complicidad impuesta, la muerte sigue siendo sucia, la muerte es la reina de la vida dañada, pero creo que es de justicia afirmar que estos dos hombres basculan hacia el otro lado de la zona gris, hacia el lado de las víctimas.

Si bien Primo Levi había establecido la cartografía del Lager con las coordenadas de los hundidos y los salvados, si los puntos cardinales son los musulmanes y la zona gris, si los resultados de la destrucción de la humanidad van desde la deshumanización que sufren los musulmanes (Si esto es un hombre…) a la inhumanidad en la que caen los Sonderkommandos, hay algo que comparten todas las víctimas, la vergüenza. Primo Levi la describe como un “sentimiento de vergüenza y culpa que coincidía con la libertad reconquistada”; con el momento de la liberación, cuando vuelven otra vez a ser hombres, libres y responsables, se sienten con remordimientos, con dolor y con culpa. Lo que quería resaltar es que estas reflexiones que Primo Levi hace en Los hundidos y los salvados vienen acompañadas por dos ejemplos, uno es del propio Levi que recogió en La tregua, pero el otro es el testimonio de Filip Müller. Me parece muy importante a la hora de reivindicar la figura del sonderkommando y la posibilidad de una dinámica en la zona gris.

Lo que comparten las víctimas es la vergüenza. “A la salida de la oscuridad se sufría por la conciencia recobrada de haber sido envilecidos. Habíamos estado viviendo durante meses y años de aquella manera animal, no por propia voluntad, ni por indolencia ni por nuestra culpa. (…) el espacio de reflexión, de raciocinio, de sentimientos, había sido anulado”. Es la conciencia de haber estado envilecidos, animalizados, embrutecidos hasta el punto de perder la humanidad, de perder la dignidad, de perder la moral, la compasión. Un resquicio de esto ya lo recuperaron personas como Zalmen Gradowski o Filip Müller, y lo hicieron gracias a los otros, a los muertos.

¿Dónde poner a El hijo de Saúl en este escenario?  En la película Saúl busca un rabino para poder despedir al cadáver del que él considera su hijo, quiere enterrarlo y rezarle un kaddish. ¿No hay una similitud entre el comportamiento de Saúl y los que hemos visto en Zalmen Gradowski y Filip Müller? Saúl llega a enfrentarse a sus compañeros porque subordina todo a su tarea, cuando pierde la pólvora sus compañeros le dicen que ha traicionado a los vivos por los muertos. Saúl sabe que la única posibilidad de redención que tiene es salvando al menos a este muerto. Más que en su supervivencia o en la causa de la rebelión, lo que obsesiona a Saúl es poder despedir a este muerto, en darle una despedida que lo reintegre en el mundo de los hombres, una muerte que sea humana. Esa mirada hacia las víctimas, hacia los que están muriendo como figuren o stücke, hace que puedan morir como hombres.

La figura de Saúl tiene un enorme parecido con la de Antígona. Al húngaro se le puede aplicar algunas de las palabras de hija de Edipo: “¡Ay de mí, desdichada, que no pertenezco a los mortales ni soy una más de los difuntos, que ni estoy con los vivos ni con los muertos!”. Esta es la condición de la vida dañada.  ¿Qué hacer en esa posición de la zona gris? Lo mismo que hace Antígona, desobedecer la orden del poder y escuchar la de los muertos, la de las víctimas. Dice Antígona a Creonte: “No pensaba que tus proclamas tuvieran tanto poder como para que un mortal pudiera transgredir las leyes no escritas e inquebrantables de los dioses. Éstas no son de hoy ni de ayer, nadie sabe de dónde surgieron”. Ella sabía que iba a morir por  escuchar esta llamada de los muertos, ella sabía que ese sería su destino por infringir esa orden. “Así, a mí no me supone pesar alcanzar este destino. Por el contrario, si hubiera consentido que el cadáver del que ha nacido de mi madre estuviera insepulto, entonces sí sentiría pesar. Ahora, en cambio, no me aflijo”. Este es Saúl.

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