Si en la entrada anterior El hijo de Saúl llegaba a España después
de haber triunfado en Cannes, en la actual entrada no cabe sino celebrar su
éxito en los Oscars y felicitar a la Academia por haber tenido este acierto. En
la entrada anterior discutíamos las condiciones del discurso cinematográfico
para acercarse a la realidad de la Shoah, y en esta nos vamos a acercar a la
película desde otro prisma, desde otra óptica; más que en el decir, entremos en
lo dicho, concretamente en el tema fundamental de la película que es la figura
del sonderkommanndo.
El director,
Lászlo Nemes, está bien documentado, qué duda cabe. Del testimonio de Miklós
Nyiszli, el asistente judío de Mengele, coge la historia de una joven que sale
viva de la cámara de gas, también la escena de las muertes en las fosas cuando
el campo trabaja a un ritmo frenético en el verano del 44. De Shlomo Venezia
coge la idea del rezo del kaddish en el propio crematorio por su tío muerto en
la cámara de gas. De Nyiszli, la descripción de la revuelta de los
sonderkommandos, y la escena de 12 internos cruzando el Vístula para esconderse
en una cabaña del bosque. Hay alusiones a Zalmen Gradowski como el compañero
que entierra sus textos en el patio del crematorio. También aparece la cuestión
de las 4 fotos que los sonderkommandos lograron sacar de los crematorios… Todo
esto está hábilmente trenzado con la historia de Saúl, la historia de un
sonderkommando que busca un rabino para rezarle un kaddish al que dice que es
su hijo y así darle una despedida de ese mundo de muerte que es el crematorio.
1. La figura del sonderkommando.
El tema que nos proponemos abordar
es la figura del sonderkommando, una figura controvertida en la literatura
concentracionaria. Esta figura remite a los judíos que trabajaban en los crematorios,
cuya tarea era tranquilizar a los que llegaban al corazón del infierno, sacar
los cuerpos de la cámara de gas, cortarles el pelo, sacarles los dientes de
oro, incinerarlos en los hornos del crematorio y tirar las cenizas al Vístula.
Pasado un tiempo los liquidaban para dar entrada a otro grupo de
sonderkommandos.
Dentro del
propio Lager el nombre de “los cuervos del crematorio” producía pavor. Cuenta
Miklos Nyiszli que cuando encontró en el campo a su mujer y le dijo que
trabajaba en el sonderkommando, su mujer y su hija le miraron “con espanto”. Su
familia sabía que los sonderkommandos eran liquidados regularmente y también sabían
que los sonderkommandos eran inseparables del crematorio, se los asociaba al
olor que salía de la chimenea. Todo lo relacionado con los sonderkommandos
producía terror.
La
imagen que tenían los comandos especiales entre los internos era la de seres
endurecidos, sin piedad, insensibles, salvajes, seres preocupados por seguir
con vida a toda costa, pegados al olor de las chimeneas. Rudolf Vrba escribía:
“Por el terrible olor que desprendían, se tenía poco contacto con ellos.
Estaban siempre sucios, muy descuidados, eran como salvajes, indescriptibles y
sin piedad”.
En 1945, Primo
Levi escribe junto a Leornardo Debenedetti el Informe sobre la organización higiénico-sanitaria del campo de
concentración para judíos de Monowitz (Auschwitz-Alta Silesia). En este
informe recogen los autores algunas de las ideas que había en el interior del
campo sobre los sonderkommandos: “Los miembros de este Comando vivían aparte,
cuidadosamente separados, sin contacto alguno con los otros prisioneros ni con
el mundo exterior. Sus ropas despedían un olor nauseabundo, estaban siempre
mugrientos y tenían un aspecto resueltamente salvaje, que los hacían parecerse
a verdaderas bestias feroces. Eran escogidos entre los peores criminales
condenados por delitos de sangre”. De lo dicho, podíamos extraer dos ideas que
retratan la imagen que los internos tenían de los sonderkommandos: su
embrutecimiento y su complicidad.
Miklós Nyiszli,
el médico judío asistente de Mengele, escribía en su testimonio que eran
conscientes “de la tragedia inmensa en la que estábamos abandonados”, esa
tragedia podía conducir a “la locura” por “la sensación de impotencia que nos
hace enloquecer. Estoy cerca de un ataque nervioso”. El médico de los
crematorios describe la situación de los miembros del sonderkommando en
términos de “psicológicamente destrozados”, “en un estado de depresión” y de “crisis
nerviosa”.
En Shoah, la película de Lanzmann, en una
de las apariciones de Filip Müller dice: “El comando especial vivía en una
situación extrema. Cada día, ante nuestros ojos, miles y miles de inocentes
desaparecían por la chimenea. Podíamos darnos cuenta, con nuestros propios ojos,
del significado profundo del ser humano; ellos llegaban allí, hombres, mujeres,
niños; todos inocentes… Desaparecían de golpe… Nos sentíamos abandonados del
mundo, de la humanidad”.
En esta
situación tan trágica en la que vivían los trabajadores del crematorio,
escribía Shlomo Venezia, otro sonderkommando, “nos convertimos en autómatas,
obedeciendo órdenes e intentando no pensar, para sobrevivir algunas horas más.
Birkenau era un verdadero infierno, nadie puede comprender ni entrar en la
lógica de aquel campo”. Este sonderkommando tras sobrevivir en Auschwitz,
estuvo en otros campos, y al comparar la experiencia en los diferentes campos,
decía que “ nosotros, en el Sonderkommando, tal vez teníamos mejores
condiciones de supervivencia cotidiana; teníamos menos frío, más comida, menos
violencia, pero vimos lo peor, estábamos dentro de ello todo el día, en pleno
meollo del infierno”.
Estas imágenes
se repiten. Nyiszli intentaba “no pensar ni un segundo”. Zalmen Gradowski, un
sonderkommando que enterró sus textos en las cercanías del crematorio, escribía:
“Es preciso endurecer el corazón, matar toda sensibilidad, acallar todo
sentimiento de dolor. Es preciso reprimir el horroroso sufrimiento que recorre
como un huracán todos los rincones del cuerpo. Es preciso convertirse en un
autómata que nada ve, nada siente y nada comprende”.
Gradowski,
además de usar la imagen del autómata, también usa otro término para describir
la situación de los sonderkommandos, el de sombras. Después de haber entrado en
la cámara de gas, “varias siluetas de sombras humanas arrastraban por el hueco
algún fardo pesado, algún cuerpo que llevaban hacia una puerta abierta. Luego
volvían y con pasos silenciosos, una vez más llevaban otro y desaparecían con
él a través de esa misma puerta”.
En otro momento
de Shoah, Lanzmann está entrevistando
a Abraham Bomba, un sonderkommando de Treblinka. Está contando cómo trabaja su
comando, eran peluqueros, esperaban dentro de la propia cámara de gas, allí le
cortaban el pelo a las mujeres, “solamente algunos bancos y dieciséis o
diecisiete peluqueros. Pero ellas, ¡eran tan numerosas! Cada una llevaba
alrededor de dos minutos, no más (…) Nos ordenaban dejar la cámara de gas.
Durante algunos minutos, alrededor de cinco minutos. Entonces, enviaban el gas
y las asfixiaban hasta hacerlas morir”.
Lanzmann le
pregunta: “¿Qué experimentó la primera vez que vio a las estas mujeres desnudas
con los niños, qué es lo que sintió?”.
Abraham Bomba
responde: “En fin, ¿sabe? “Sentir” ahí abajo… Era muy duro tener cualquier
sentimiento: imagínese, trabajar día y noche entre los muertos, los cadáveres,
los sentimientos de uno desaparecían, uno estaba muerto al sentimiento, muerto
a todo”.
Por lo que vamos
viendo parece que los propios supervivientes se describen a sí mismos en ese
estado de embrutecimiento y envilecimiento. Shlomo Venezia coincidió en el Sonderkommando
del crematorio III con David Olère. Tras la liberación este deportado francés
realizó multitud de dibujos sobre su experiencia en el crematorio. Estos
dibujos tienen un gran valor testimonial ya que Olère fue el único artista que
trabajó en el Sonderkommando. En la mayoría de estos dibujos aparecen los
sonderkommandos de forma impersonal frente a la individuación con que son
retratados los miembros de las SS. También las víctimas aparecen
individualizadas, y el propio Olère se autorretrata de forma realista, pero Olère
presenta a los sonderkommandos de forma impersonal, como si fueran autómatas,
sombras, con el sentimiento muerto.
40 años después
del texto de Primo Levi que vimos más arriba apareció Los hundidos y los salvados. En el capítulo dedicado a la zona
gris, que después retomaremos, Levi hace referencia al estado de los
sonderkommandos: “No hay duda de que se trata de la muerte del alma: ahora
bien, nadie puede saber cuánto tiempo, ni a qué pruebas podrá resistir su alma
antes de doblegarse o de romperse. Todo ser humano tiene una reserva de fuerzas
cuya medida desconoce: puede ser grande, pequeña o inexistente, y solo en la
extrema adversidad puede ser valorada”.
¿A qué puede
deberse esa “muerte del alma” a la que se refieren Primo Levi y David Olère? En
el testimonio de Shlomo Venezia se puede leer su incomprensión ante los
compañeros que rezaban fervientemente, estos compañeros desconocían su
verdadera situación ya que “eran vivos que estaban cruzando la frontera con la
muerte”. Tenían una vida degradada e
infectada de muerte, en palabras de Venezia, “en constante contacto con los
muertos. Aquella visión cotidiana de todas aquellas víctimas gaseadas… El hecho
de ver a todos aquellos grupos llegando y entrando sin esperanzas”.
“…vivos que
estaban cruzando la frontera con la muerte”, estas palabras de Venezia parecen
remitir a las reflexiones que Adorno hace sobre la vida dañada en Mínima Moralia. En el parágrafo 148 de
este libro, Adorno señala que “lo que los nacionalsocialistas hicieron con millones
de personas fue la catalogación de los vivos como muertos”, la vida dañada es
la presencia excesiva y brutal de la muerte en la vida; la muerte contamina, ensucia,
contagia a la vida. El triunfo de la
muerte sobre la vida conlleva “una humanidad que ha muerto”. El Lager como
campo de muerte, como fábrica de muerte va matando a la manera de una cadena de
producción a individuos que no son más que la materia prima de la muerte en
masa. La presencia desaforada de la muerte consigue “la absoluta irrelevancia
del ser vivo”, y es que en la vida dañada la vida no lo es tal, la vida no es
vida, es vida preñada de muerte. Pero la muerte tampoco es muerte: “La radical
sustituibilidad del individuo hace prácticamente de su muerte, con desprecio
total de la misma, algo revocable”. La muerte deja de ser personal ya que lo
que hace el Lager es “sentenciar a muerte por vía administrativa a incontables
seres”. La vida dañada, la vida llena de muerte, la vida que ha cruzado la
frontera con la muerte, donde ni la vida es tal ni tampoco la muerte.
Por tanto,
partíamos de la imagen que había en el Lager de los sonderkommandos como embrutecidos
y cómplices, y confrontábamos esta imagen con la que tenían los propios
sonderkommandos sobre sí mismos. El primer resultado al que hemos llegado es
que hay coincidencia entre este embrutecimiento o envilecimiento con las
descripciones que hacen los propios sonderkommandos de sí mismos ya sea como
situación extrema (Müller), crisis nerviosa (Nyiszly), autómatas (Venezia,
Gradowski), con el sentimiento muerto (Bomba), de forma impersonal (Olère) o
muerte del alma (Levi).
2. La zona gris.
La sombra de complicidad ha sido
una de las constantes críticas que se han hecho a los sonderkommandos. Los
supervivientes de este comando han tratado en sus testimonios de la distancia
que había entre los SS y los sonderkommandos. Para dibujar el mapa de la
cuestión, tenemos que remitirnos en un extremo al testimonio de Miklós Nyizsli.
El asistente de Megele nos ofrece una perspectiva de la situación del
Sonderkommando en cercanía con los SS. En este contexto nos narra el famoso
partido de fútbol: “Queda todavía tiempo para cenar. Los del Sonderkommando
traen una pelota. Se forman dos equipos: SS contra Sonderkommando. En una parte
del campo están los guardias, en el otro los prisioneros del Sonderkommando. El
público formado de SS y de otros componentes del Sonderkommando, gritan para
animar a su equipo, como si se encontraran en un campo de fútbol normal de un
pequeño pueblo de provincia”. La reducida distancia entre ambos colectivos se
puede ver en el discurrir de la propia actividad del Crematorio. “En el campo
vodka y cigarros son elementos esenciales para no enloquecer. Todos los del
Sonderkommando y todos los SS fuman y beben continuamente”
El médico
también establece una escala moral entre los SS a los que llega a conocer bien.
Por una parte, está Muhsfeldt. En una ocasión, cuando encuentran viva a una
chica de 15 años tras un gaseamiento, el médico se dirige a él, “rezando para
que haga algo con la niña. Me escucha con atención y me pregunta lo que le
sugiero hacer. Comprendo que la situación es muy complicada. Veo en su cara que
le he entregado un problema muy grave”. El diálogo que tienen ambos tiene una
gran importancia moral: “Si tuviera unos años más se podría solucionar, me
contesta Muhsfeldt. Una joven de veinte años tiene raciocinio suficiente para
comprender la suerte que le ha tocado y callarse agradeciendo el destino. Pero
una niña de dieciséis años, con su ingenuidad, a la primera ocasión contará a
todos sus experiencia. En un par de días todo el campo lo sabría. La niña no
puede quedar con vida”. Ese titubeo moral de Muhsfeldt hace que no sea el monolito
moral que acostumbra. Pero es solo un titubeo, en otra ocasión, en otro momento
de turbación, el Oberscharführer le
dice: “Para mí es totalmente indiferente matar a ochenta o a mil personas”.
En una escala
moral, después del titubeo de Muhsfeldt está Mengele, que también tiene algún
desliz moral que rompe el monolitismo
del Hauptsturmführer, “una pequeña
señal de sensibilidad”. Más allá está Otto Moll, de él dice el médico que fue
“el más inhumano y criminal de todo el Tercer Reich”, muy famoso entre los
sonderkommandos por su crueldad.
Nyiszli sospecha
que los SS del Crematorio son como los Sonderkommandos. También ellos viven
separados del resto, también ellos conocen el secreto de las cámaras de gas y
también ellos serán asesinados después de la muerte de los sonderkommandos. No
lo dice claramente, se trata de una “suposición”, “nuestros verdugos fallecerán
después de nosotros”.
Si el testimonio
de Nyiszli muestra cierta cercanía entre los SS y los sonderkommandos, en otros
testimonios lo que separa a ambos es una distancia enorme. Shlomo Venezia
cuenta que logró convencer al Kapo Lemke para trasladar a su hermano del
Crematorio IV al Crematorio III, donde estaba el propio Venezia. Así los
hermanos pudieron reunirse. “Para los alemanes y para los kapos era lo mismo,
un “pedazo” (Stück) de un lado o del
otro. Lo importante era que el número coincidiese. Ni siquiera miraban los
números de matrícula, nosotros éramos solo unos Stücke”. Cuando faltaba alguien en los interminables recuentos en
la Appelplatz, los SS nunca decían que faltaba una persona, sino ein Stück, una pieza o un pedazo.
También
Zalmen Gradowski marca una distancia enorme entre los SS y los sonderkommandos.
En el segundo manuscrito nos relata la liquidación del campamento checo, se trataba
de familias que venían de Theresienstadt y que llevaban varios meses viviendo
en Auschwitz. Sobre los engaños, las tretas y los sarcasmos de los SS escribe:
“Los demonios y las bestias inmundas han estudiado minuciosamente su jugada.
Han destrozado a las familias con toda intención para que las víctimas se
obnubilaran con una nueva preocupación antes de morir”. No es más que “el
sacrificio de cinco mil vidas inocentes ofrendado a su dios. Las bestias y
criminales, los asesinos, sentían júbilo, celebraban su proeza”.
Para marcar todo
el espacio moral que hay desde esta cercanía a esta distancia Primo Levi acuñó
en Los hundidos y los salvados una
expresión que ha tenido mucha fortuna, la zona gris: “Es una zona gris, de
contornos mal definidos, que separa y une al mismo tiempo a los dos bandos de
patrones y siervos”. Es la zona moralmente ambigua de la colaboración y del
privilegio; es la zona que separa a verdugos y a víctimas, porque no se pueden
confundir, pero también, de forma muy inquietante, es la zona de
“identificación, imitación, intercambio entre el verdugo y la víctima”.
La zona gris es
la zona de los salvados, esto es, de los adaptados al Lager; la zona de los
privilegiados, de los funcionarios, de los que sobreviven tras haber renunciado
a su “mundo moral”. En la zona gris, Levi pone a los Kapos y los
sonderkommandos; para estos últimos,
Primo Levi remite a la escena del partido de fútbol que veíamos antes en el
testimonio de Nyizsli, los SS “veían en los sonderkommandos a colegas suyos,
tan inhumanos ya como ellos, atados al mismo carro, ligados por el mismo
inmundo vínculo de la complicidad impuesta”. En este fragmento podemos ver cómo
caracteriza el autor italiano a los sonderkommandos. Independientemente de cómo
vean estos prisioneros su actividad, son cómplices, colaboradores del proyecto
de exterminio, elementos fundamentales, necesarios en la cadena de producción
de la muerte. Esta colaboración, a pesar de cómo se vean a sí mismos, los sitúa
en el ámbito de las víctimas que han perdido su inocencia, “en su consuelo no
tienen ni siquiera la conciencia de saberse inocentes”. Complicidad,
colaboración, las víctimas pierden su inocencia, se asimilan a sus verdugos.
Ante todo esto, tan abrumador, Levi nos emplaza a suspender el juicio moral, a
no aplicar nuestro juicio a los que han tenido que vivir la tesitura moral más
horrible.
La complicidad
hace semejantes a SS y a sonderkommandos, los embrutece de la misma manera,
están degradados a la misma condición, reducidos a la condición inhumana. Es en
este contexto donde Levi habla de la “muerte del alma” que veíamos antes.
Sobre la
acusación de colaboración se rebela Shlomo Venezia. En relación a los que
llevaban a las cámaras, dice Venezia, “no pienso que sea colaboración querer
aliviar un poco de sufrimiento”. ¿Qué se podía hacer frente a aquella pobre
gente? Ya solo quedaba consolarlos un poco. Venezia no admite ninguna
responsabilidad ya que solo mataban los alemanes. Abraham Bomba, en Shoah, advierte que, ya dentro de la
cámara de gas de Treblinka, solo cabía “ser lo más humanos posible”. En uno de
los momentos más dramáticos de la película, a Bomba se le quiebra la voz y
Lanzmann le insta a continuar. Bomba cuenta el momento en el que entró la mujer
y la hermana de uno de sus compañeros. “Trataba de hablarles, pero tanto a la
una como a la otra era imposible decirles que se trataba del último instante de
su vida… Pero, sin embargo, hacía por ellas lo máximo, quedarse con ellas un
segundo, un minuto más, las estrechaba, las abrazaba. Porque sabía que no las
volvería a ver jamás”.
En la misma
película, Filip Müller dice que “era un sinsentido decir la verdad a cualquiera
que atravesaba el umbral del crematorio. Allí no se podía salvar a nadie. Allí
era demasiado tarde”. Cuenta que en una ocasión un sonderkommando reconoció a
la mujer de un amigo y le dijo que la iban a matar. Los SS terminaron
torturando a la mujer y lanzando vivo al sonderkommando a un horno.
Shlomo Venezia
no esconde que había algo más. A veces, tenían que sujetar a las personas enfermas
mientras que los SS les pegaban un tiro en la nuca y además, tenían que
colocarlos de forma tal que la sangre no manchara a los SS. “No podía existir
nada más duro que sujetarlos mientras los mataban”. Los sondekommandos se veían
obligados a hacer este tipo de cosas. “Sin embargo, en este caso, reconozco que
me siento algo cómplice, aunque yo no los maté. No teníamos elección, no
teníamos otra posibilidad en aquel infierno. Si me hubiera negado a hacerlo, el
alemán se me habría arrojado encima y me habría matado de inmediato, para dar
ejemplo. Afortunadamente, no enviaban a menudo a aquellos grupos a nuestro
Crematorio”.
Otra vez en Shoah. Lanzmann entrevista a Richard
Glozer, un sonderkommando de Treblinka. Febrero de 1943, la “temporada mala” de
Treblinka. No llegan transportes y el hambre se extiende por todo el campo; un
miembro de las SS les dice que al día siguiente se acabará el hambre, y es
entonces cuando empezaron a llegar los transportes de Salónica. Glozer señala
que “los transportes de los países balcánicos nos llevaron a la terrible toma
de conciencia: nosotros éramos los trabajadores de la fábrica de Treblinka y
participábamos en todo el proceso de fabricación… es decir, en el proceso de
muerte de Treblinka”. Los del Comando Especial toman conciencia de la
participación en un proceso, que no sería posible sin ellos, y que ellos no
podrían sobrevivir sin ese proceso. Esta toma de conciencia hizo que “en
nosotros surgiera el odio y también el sentimiento de que eso no podía durar
más tiempo, que tenía que ocurrir algo”. A partir de aquí se comenzó a
“organizar la sublevación”.
Varios
supervivientes coinciden en que su terrible trabajo tiene algo que ensucia,
también moralmente. Los sonderkommandos supervivientes no se cuestionan su
papel ante las víctimas en el momento anterior al gaseamiento, por el
contrario, muestran su estupor en el momento posterior al gaseamiento. Cuenta
Filip Müller sobre el momento de abrir las cámaras de gas: “Esto lo he visto
muchas veces. Y era lo más duro de todo. A eso no se acostumbraba uno jamás.
Resultaba imposible”. En Shoah cuenta
el combate terrible que se desarrollaba dentro de la cámara de gas, la lucha
por la supervivencia… “Aquel combate de la muerte. Era un espectáculo
espantoso. Y eso era lo más difícil”.
Zalmen Gradowski
narra el momento de sacar los cuerpos tras el gaseamiento con una gran fuerza
dramática: “Se estira con fuerza hasta extraer los cuerpos de la madeja, éste
por una pierna, aquel otro por un brazo. Parece que en cualquier momento van a
desmembrarse por los incesantes tirones. Después se arrastra el cuerpo por el
mugriento y frío suelo de cemento, y su hermosa blancura alabastrina, como si
fuera una escoba, va recogiendo toda la suciedad. Se toma el cuerpo, ahora
manchado, y se lo coloca boca arriba. Te miran unos ojos ya vidriosos, como si
te preguntaran: ¿Qué harás conmigo ahora, hermano?”.
Shlomo Venezia,
al comentar este terrible momento, deja dicho: “Nunca lo había contado hasta
ahora; es tan abrumador y triste que me cuesta hablar de estas visiones de la
cámara de gas”. ¡Qué muerte tan horrible! Cuerpos aplastados, buscando
desesperadamente un poco de aire, cuerpos sucios…
Los
sonderkommandos supervivientes repiten esta imagen, como algo que ensucia, que
tizna moralmente. El propio Venezia dice: “No porque se tratara de cadáveres,
eso aún…, sino porque su muerte lo era todo salvo una muerte dulce. Era una
muerte inmunda, sucia. Una muerte forzada, difícil y distinta para todos”. La
suciedad lo pringaba todo, los sonderkommandos “evitaban tener que tirar de los
cadáveres con las manos. Eso era muy importante para nosotros”. Para ello
usaban unos bastones para no tener que tocarlos.
Una muerte sucia
que mancha, quizá este fuese el momento en el que los sonderkommandos tomasen
conciencia de su participación en el proceso industrial de exterminio. Mientras
que el momento en el que las víctimas entraban en la cámara de gas, aunque
hubiese un margen de posibilidades de acción, no llegaba a ser moralmente
controvertido porque sabían que cualquier acción podía ser contraproducente, el
momento de sacar los cuerpos de la cámara de gas, momento en el que sus
opciones y posibilidades eran inexistentes, ya que solo podían hacer lo que
tenían que hacer, parece que es el momento más terrible moralmente. Cuanto
menor era su libertad, mayor su responsabilidad. Otra paradoja más de
Auschwitz.
Zalmen
Gradowski, al ver a las mujeres del contingente checo que procede de
Theresienstadt, hace la siguiente reflexión: “Estos hermosos cuerpos seductores
que ahora florecen llenos de vida quedarán tendidos en el suelo, como seres
repugnantes revolcados en el lodo y la mugre de la tierra, sus limpios cuerpos
alabastrinos maculados por las deyecciones”. Señala que se le arrancarán los
dientes, que sangrarán por la nariz, que sus rostros blancos tornarán rojo,
azul o negro por efecto del gas, los ojos se le inyectarán en sangre, se le
cortará el pelo, arrancarán los pendientes. “Después, dos hombres extraños
cubrirán con guantes sus manos o las envolverán con un trozo de tela, ya que
esos cuerpos (ahora blancos como la nieve) tendrán entonces un aspecto
repulsivo y no querrán tocarlos con las manos desnudas”. Y después, “como si se
trataran de animales repugnantes, serán lanzadas, arrojadas, a un montacargas
que las enviará al fuego de allí arriba”.
Zalmen Gradowski
reflexiona sobre esta experiencia tan terrorífica. “Sentimos en nosotros
mismos, sufrimos en carne propia la angustia de su paso de la vida a la
muerte”. Sin embargo, discrepo, modestamente, de Gradowski, no es el paso de la
vida a la muerte lo que produce esta experiencia. Ante el paso de la vida a la
muerte se puede experimentar compasión, dolor; pero esta “angustia”, este asco
moral solo se puede experimentar ante una muerte que no es muerte, ya no es una
muerte que esté en el ámbito de las experiencias humanas, sino que es una
muerte industrial, es una muerte que no es una muerte. Se pasa de la muerte que
pertenece al ámbito de lo humano, a una muerte industrial, en masa, como
materia prima. Este cambio que Agambem ha estudiado en el contexto de la figura
del musulmán, es lo que produce esta muerte que mancha, que es sucia
moralmente. El contacto con la deshumanización que provoca el Lager es lo que
provoca el envilecimiento y la complicidad de los sonderkommandos. Una
complicidad, tal vez no reconocida, pero sí asumida por los supervivientes. Los
sonderkommandos, bisagras de la zona gris, centro de la zona gris, la zona de
la ambigüedad moral, de las víctimas que pierden su condición de inocentes.
3. La movilidad de la zona gris.
Si bien el marco general de la zona
gris sirve para establecer fenómenos que rompen nuestra comprensión de la moral
y que están en el centro del Lager, pienso que la descripción que hace Primo
Levi no considera algunos fenómenos morales. Veamos dos casos. Quizá uno de los
momentos más emotivos de Shoah es la
aparición de Filip Müller, un judío checo capaz de sobrevivir a cinco
liquidaciones del Sonderkommando de Auschwitz. Lanzmann pone la cámara algo
distante, Müller queda a cierta distancia del espectador, algo empequeñecido,
gesticula enormemente. Empieza a hablar. En la conmoción que supuso para el
Sonderkommando la liquidación de las
familias checas procedentes de Theresienstadt, en este enorme dolor dice
Müller: “Todo esto le sucedía a mis compatriotas… Y me di cuenta que mi vida no
tenía ya ningún valor. ¿A santo de qué vivir? ¿Para qué? Entonces, entré con
ellos en la cámara de gas y decidí morir. Con ellos. De repente, se me
acercaron algunos que me habían reconocido (…) Una mujer me dijo: Por lo visto,
quieres morir. Pero eso no tiene ningún sentido. Tu muerte no nos devolverá la
vida. Debes salir de aquí, debes dar testimonio de nuestro sufrimiento y de la
injusticia que se ha comedido con nosotros”. En la zona gris y en la oscuridad
del crematorio, Müller se orientó hacia las víctimas, y teniendo la referencia
en ellas, experimentó un enorme sufrimiento moral, tanto que quiso entrar en la
cámara de gas con ellas.
El ejemplo de
Filip Müller es extraordinario, del sufrimiento moral no extrae odio, no
termina en la “muerte del alma”, no llega a ser un autómata que logra no pensar
en nada. Filip Müller extrajo otras cosas. “Nos sentíamos abandonados, del
mundo, de la humanidad. Y, precisamente en estas circunstancias, fue cuando comprendimos
mejor lo que suponía la posibilidad de sobrevivir. Porque valorábamos el precio
infinito de la vida humana. Y estábamos convencidos de que la esperanza
permanece en el hombre mientras vive. No hay que abdicar de la esperanza jamás,
mientra se vive”. Del sufrimiento moral saca el deseo de vivir y el valor de la
vida humana. Es la fuerza de la memoria, del testimonio de tanto sufrimiento e
injusticia lo que le permite salir del embrutecimiento y la animalización a
partir de la mirada a las víctimas. Hay que sobrevivir para dar testimonio,
para recuperar la humanidad de las víctimas en lo posible, y así, mantenerse lo
más humano posible.
El caso de Filip
Müller no es una excepción. Zalmen Gradowski es un caso límite en lo referente
al testimonio. Escribió unos manuscritos que enterró en las cercanías del
crematorio, estos textos aparecieron después de la guerra. “Si alguna vez
quieres comprender, querido lector, quieres conocer nuestro yo, medita
profundamente en estas líneas y podrás hacerte una imagen de nosotros y
entenderás también por qué hemos sido de ésta y no de otra manera”. Se trata de
dos manuscritos, el primero trata sobre la salida del gueto, el viaje en tren y
la llegada a Auschwitz; en el segundo, escribe sobre la liquidación de una parte
del Sonderkommando y sobre el gaseamiento del contingente checo procedente del
gueto de Theresienstadt. Es un testimonio excepcional ya que está escrito en el
propio crematorio.
El testimonio
tiene una marcada voluntad de estilo, no se limita a una crónica ni a
establecer una serie de acontecimientos. La escritura que acompaña al
testimonio pretende una mirada de fuerte carga moral. No trata tanto de sus
propias experiencias sino del intento por reconstruir un mundo, los mundos de
los que han ido pasando por un lugar que es “la residencia de la muerte”.Y es
que Gradowski va cambiando el punto de vista, por ejemplo en el tren, la
primera persona va pasando de un grupo a otro, aquella pareja que está en el
vagón, la que tiene un niño, aquellos dos ancianos… La escritura va recogiendo fragmentos
de vida que van quedando perdidos en un viaje repetido cientos de veces. La
escritura es la forma de salir del yo para reconstruir fragmentos de unas vidas
perdidas, instantes que si no es por el testimonio quedan abocados al total
olvido.
Desde el principio
caracteriza a los sonderkommandos como unos autómatas, “espiritualmente
quebrados y físicamente agotados”, “sombras que antes habían sido personas”, individuos
insensibles, dice Gradowski: “El alma se desgarra: ¿cómo puedo mantenerme tan
insensible, con los sentimientos embotados, atrofiados?”. Con “un trabajo
monstruoso, horrendo y trágico”, “no he tenido ni un solo día para sumergirme
en mi desgracia”. Solo la escritura le permite salir de esta condición, de este
embrutecimiento, de esa animalización, de ese envilecimiento. El abrirse a
otras personas, a las víctimas es la única manera de escapar de la condición de
inhumanidad que le confiere su terrible trabajo.
En el segundo
manuscrito escribe sobre la liquidación de una parte del Sonderkommando. Los SS
ponen una lista de los que van a ser evacuados: “La lista cuelga en la pared
como un testigo vivo de que no somos nada y de que no tenemos ningún valor”.
Sin embargo, Gradowski mira la situación desde otra perspectiva: “…los quince
meses de vida en común haciendo el monstruoso, horrendo y trágico trabajo ha
hecho de nosotros un cementado y estructurado organismo único y cerrado, somos
un compacto grupo de compañeros entre los que se ha creado una inseparable e
indivisible hermandad familiar”. Al narrar la liquidación, Gradowski trata de
reintegrar a sus compañeros del Sonderkommando al campo semántico de la vida.
Así, de esta forma, habla de “amigos”, “familia”, “desgarro”, “esperanza”,
“coraje”, “llanto”, “tristeza”, “sensibilidad”, todo esto son “fuentes de vida
en el desierto de la muerte”.
Una narración
similar hace del gaseado de las familias checas, toda la narración es un
ejercicio de dignificarlas, de presentarlas como personas no como materia prima
de la industria de la muerte. La descripción de las mujeres sigue esta línea:
“Lo que sorprende es que estas mujeres, frente a tantos otros transportes,
permanezcan tan serenas. Miran de frente a la muerte con una valentía, una
serenidad que nos deja estupefactos”. Los trabajadores del crematorio no dan
crédito cuando estas mujeres se ponen a cantar; cantan la Internacional, el
himno hebreo, el himno nacional checo. Ante esto, Gradowski escribe: “Nuestros
corazones están destrozados por el dolor. Sentimos en nosotros mismos la propia
angustia del peso de la vida a la muerte”. Ante las víctimas que mueren,
Gradowski se abre en un “desgarramiento emocional”. Es la opción de abrirse a
los demás, de recoger los fragmentos de estas vidas, en definitiva, de la
memoria, lo que abre el camino de “sobrevivir, para aguantar el sufrimiento”
Los casos de
Filip Müller y de Zalmen Gradowski nos obligan a replantearnos algunas de las
cuestiones que dejó Primo Levi con su concepto de zona gris. Levi establece una
cartografía de esta zona de ambigüedad moral, de transición entre los verdugos
y las víctimas, sin embargo el caso de estos dos testimonios hace necesario
otro enfoque complementario. La zona gris también es un campo de fuerzas, un
espacio con una dinámica. Lo que hacen estos dos testimonios es establecer una
dinámica en la zona gris, ambos cambian de lugar en la zona gris y lo hacen a
partir de dirigir la mirada, con casi desesperación, hacia las víctimas. No
pueden recuperar su inocencia pero ambos recuperan parte de su humanidad desde
la inhumanidad de la vida dañada, del exceso de muerte y de la contaminación de
vida por parte de la muerte. La parte de humanidad que recuperan no se basa en
la dignidad, concepto muerto en la entrada del Lager, sino en la recuperación
de la ligazón con las víctimas, con los que están muriendo. La responsabilidad
ante los muertos es lo que permite recuperar la conciencia ante el mar de
muerte que supone el crematorio para Gradowski. En este mar ambos autores
pretenden salvar algo, evitar que todo se pierda, o evitar que se pierda como
materia prima de la fábrica de la muerte. Solo recuperando parte de la
humanidad de las víctimas estos miembros del Sonderkommando pueden recuperar
parte de la suya. Solo así pueden salir de la animalización, del embrutecimiento,
del envilecimiento, solo así pueden dejar de ser autómatas, sombras sin vida; solo
así se puede escapar de la inhumanidad.
Tratar de salvar
parte de la humanidad de las víctimas es lo que permite salvar parte de la
humanidad de estos sonderkommandos. Salvar a las víctimas, sacarlas de su
condición de materia prima es salvarlas en la memoria. En este sentido, ambos
autores se complementan, mientras para Müller hay que “sobrevivir para dar
testimonio”, para Gradowski es al contrario, “quiero recordar para sobrevivir,
para aguantar el sufrimiento”. Ambos coinciden en el sufrimiento moral que les
produce su acercamiento a las victimas en tanto que víctimas, y también en que
tienen que recuperar la humanidad de las víctimas, en la medida de lo posible,
con su voluntad de sobrevivir.
Este esfuerzo
para recuperar la humanidad, para inyectar más vida en el océano de muerte que
es Auschwitz creo que provoca una oscilación en la zona gris. Los
sonderkommandos siguen ejerciendo su función, no pueden salir se la complicidad
impuesta, la muerte sigue siendo sucia, la muerte es la reina de la vida
dañada, pero creo que es de justicia afirmar que estos dos hombres basculan hacia
el otro lado de la zona gris, hacia el lado de las víctimas.
Si bien Primo
Levi había establecido la cartografía del Lager con las coordenadas de los
hundidos y los salvados, si los puntos cardinales son los musulmanes y la zona
gris, si los resultados de la destrucción de la humanidad van desde la
deshumanización que sufren los musulmanes (Si esto es un hombre…) a la
inhumanidad en la que caen los Sonderkommandos, hay algo que comparten todas
las víctimas, la vergüenza. Primo Levi la describe como un “sentimiento de
vergüenza y culpa que coincidía con la libertad reconquistada”; con el momento
de la liberación, cuando vuelven otra vez a ser hombres, libres y responsables,
se sienten con remordimientos, con dolor y con culpa. Lo que quería resaltar es
que estas reflexiones que Primo Levi hace en Los hundidos y los salvados vienen acompañadas por dos ejemplos,
uno es del propio Levi que recogió en La
tregua, pero el otro es el testimonio de Filip Müller. Me parece muy
importante a la hora de reivindicar la figura del sonderkommando y la
posibilidad de una dinámica en la zona gris.
Lo que comparten
las víctimas es la vergüenza. “A la salida de la oscuridad se sufría por la
conciencia recobrada de haber sido envilecidos. Habíamos estado viviendo
durante meses y años de aquella manera animal, no por propia voluntad, ni por
indolencia ni por nuestra culpa. (…) el espacio de reflexión, de raciocinio, de
sentimientos, había sido anulado”. Es la conciencia de haber estado
envilecidos, animalizados, embrutecidos hasta el punto de perder la humanidad,
de perder la dignidad, de perder la moral, la compasión. Un resquicio de esto
ya lo recuperaron personas como Zalmen Gradowski o Filip Müller, y lo hicieron
gracias a los otros, a los muertos.
¿Dónde poner a El hijo de Saúl en este escenario? En la película Saúl busca un rabino para
poder despedir al cadáver del que él considera su hijo, quiere enterrarlo y rezarle
un kaddish. ¿No hay una similitud entre el comportamiento de Saúl y los que
hemos visto en Zalmen Gradowski y Filip Müller? Saúl llega a enfrentarse a sus
compañeros porque subordina todo a su tarea, cuando pierde la pólvora sus
compañeros le dicen que ha traicionado a los vivos por los muertos. Saúl sabe
que la única posibilidad de redención que tiene es salvando al menos a este
muerto. Más que en su supervivencia o en la causa de la rebelión, lo que
obsesiona a Saúl es poder despedir a este muerto, en darle una despedida que lo
reintegre en el mundo de los hombres, una muerte que sea humana. Esa mirada hacia
las víctimas, hacia los que están muriendo como figuren o stücke, hace
que puedan morir como hombres.
La figura de
Saúl tiene un enorme parecido con la de Antígona. Al húngaro se le puede
aplicar algunas de las palabras de hija de Edipo: “¡Ay de mí, desdichada, que
no pertenezco a los mortales ni soy una más de los difuntos, que ni estoy con
los vivos ni con los muertos!”. Esta es la condición de la vida dañada. ¿Qué hacer en esa posición de la zona gris?
Lo mismo que hace Antígona, desobedecer la orden del poder y escuchar la de los
muertos, la de las víctimas. Dice Antígona a Creonte: “No pensaba que tus
proclamas tuvieran tanto poder como para que un mortal pudiera transgredir las
leyes no escritas e inquebrantables de los dioses. Éstas no son de hoy ni de
ayer, nadie sabe de dónde surgieron”. Ella sabía que iba a morir por escuchar esta llamada de los muertos, ella
sabía que ese sería su destino por infringir esa orden. “Así, a mí no me supone
pesar alcanzar este destino. Por el contrario, si hubiera consentido que el
cadáver del que ha nacido de mi madre estuviera insepulto, entonces sí sentiría
pesar. Ahora, en cambio, no me aflijo”. Este es Saúl.