Déjenme que les cuente la historia de un hombre que callaba. Hay muchas cosas de las que no estamos orgullosos
pero no se convierten en secretos, terminamos por hablar de ellas antes o
después, se evitan pero no se esconden. Manuel Reyes García jamás hablaba de la guerra, jamás. No evitaba
el tema, directamente lo escondía. Ante una pregunta insistente, podía desviar
la mirada, una tos distraída o, en último término, levantar ligeramente la mano
con la palma extendida mientras en la cara se le marcaba una extraña mueca.
Manuel Reyes murió ya hace muchos años, en sus últimos años se perdió a sí
mismo y cada vez que me miraba me preguntaba quién era yo y qué hacía allí con
él. A esas alturas no había ya secreto, mi abuelo se había disuelto en los
eternos instantes del Alzheimer. Si en sus últimos años era él quién me
preguntaba, ahora soy yo quién pregunta.
Manuel Reyes
García hizo la guerra en el bando franquista, se reenganchó en una unidad de
regulares de Larache (Marruecos) y en 1951 dejó el ejército. Se alistó
voluntario en la División Azul. La leyenda familiar, esa que se forma más con recuerdos de recuerdos que con
palabras, decía que el abuelo había sido muy aventurero en su juventud, también
nos decían que al abuelo le habían herido en Rusia, una bala le había
atravesado el brazo. Sólo esto de los años más cruciales de la vida de este
hombre. ¿Sólo esto?, ¿qué pasó en la guerra civil?, ¿qué pasó en Rusia?, ¿qué
hay que ocultar? ¿Por qué ese silencio?, ¿qué se esconde detrás? Si la magnitud
de un secreto va en relación directa con el esfuerzo en ocultarlo, ¿qué
terrible secreto era este?, ¿qué hizo tan horrible? Después de hacerme estas
preguntas muchas veces, creo que detrás del
silencio puede haber otras cosas que secretos. ¿Qué puede haber detrás del silencio? ¿Qué otra
cosa que no sea un secreto? Sobre la generación que de 1914 a 1918 habían tenido una de las experiencias
más atroces de la historia universal, decía Walter Benjamin que “volvía muda del campo de batalla”.
Detrás del silencio puede haber horror, un horror insondable, o quizá un dolor
insondable, o quizá un vacío insondable. En cualquier caso, ya sean secretos o
vacíos, los agujeros de su memoria pasan a ser los agujeros de la mía.
Empiezo a
indagar, pregunto a miembros de mi familia, y cada uno recuerda cosas
distintas, la mayoría contradictorias. Sólo sé que tenía 17 años en 1936 y que
se afilió el 2 de octubre a Falange. Voy leyendo todo lo que cae en mis manos
sobre la situación en Córdoba en los primeros meses de guerra. La ciudad había caído el mismo día 18 de
julio, el calor era asfixiante ese verano, y los hombres de Queipo de Llano
dominaban la ciudad. La represión que se desarrolló desde mediados de agosto
fue brutal. Primero hacia las personalidades del Frente Popular, después hacia las
organizaciones obreras y profesiones liberales. Personajes tenebrosos llevaron
el terror a todos los rincones de la ciudad, así más de 4000 personas fueron
fusilados durante la guerra en esta ciudad de retaguardia. Eran falangistas los
que se dedicaban a dar “paseos”. No sabría decir por qué, pero estaba
prácticamente seguro de que mi abuelo no estaba entre los pistoleros. A pesar
de esa corazonada, leo con profundo alivio que no, no estaba allí durante esos
meses tan terribles, no podía estar allí.
La situación
militar en el otoño del
36 en la provincia de Córdoba era confusa. Los sublevados sólo controlaban la
capital, mientras tanto algunos pueblos en pleno fervor revolucionario
instauraban el comunismo libertario. Queipo sabe que el control de Andalucía
pasa por el control de Córdoba, empieza mandar tropas para asegurar el dominio.
Al poco y por el lado republicano, llega a la provincia de Córdoba el general
Miaja, el futuro héroe de Madrid ,
y desperdicia la ocasión para tomar la ciudad. Finalmente, el general Valera asegura el control
golpista en esta ciudad. Tanto Jaén, Málaga, como la parte norte de la provincia, el valle
de los Pedroches, permanecen bajo control gubernamental.
Tras encontrar
su historial militar, tengo la impresión que mi abuelo era un hombre que
siempre llegó tarde a las ocasiones importantes de su vida. Llegó tarde a la
guerra, que en Córdoba desde un principio, en
parte por los problemas agrarios, tuvo una virulencia realmente
extraordinaria. Llegó tarde al control de las conexiones con Sevilla, a la
“gloriosa” batalla por la campiña cordobesa, a las matanzas de “limpieza” en cada pueblo que
caía. Llegó tarde a los ajustes de cuentas, después del terror rojo llegaba el terror azul, cada
terror que llegaba superaba al anterior, el odio crece exponencialmente.
El frente se
situó en el norte de la provincia, en el valle de los Pedroches. A Manuel Reyes
le mandan en patrullas contra las actividades
guerrilleras, siempre a una prudente distancia del frente. Los golpistas han tomado
Peñarroya, un centro minero de gran importancia. Después de la caída de Málaga,
Queipo de Llano quiere dar un golpe de efecto conquistando Pozoblanco, el
centro del valle de los Pedroches, así podrá llegar a la cuenca minera de Almadén.
En esta batalla absolutamente olvidada luchó mi abuelo, y parece ser que otra
vez llegó tarde a la gloria; lo que iba a ser un impulso para el lado golpista,
se convirtió en un revés. La batalla de Pozoblanco llenó de titulares la prensa
republicana, sin embargo fue silenciada al máximo por el aparato de propaganda
franquista. El historial militar de mi abuelo lo cuenta con una envidiable
prosa castrense:
“..desde el pueblo de
Villaharta, el 6 de marzo con la columna del Teniente Coronel Hidalgo sale para
tomar parte en la ocupación de Pozoblanco (Córdoba) pernoctando a 18 kilómetros del
punto de partida y frente a las líneas de defensa de Pozoblanco, las cuales
después de intenso fuego de artillería, son atacadas por su frente
causándole enormes pérdidas al enemigo
que desde sus trincheras magníficamente fortificadas se defiende durante tres días,
al cabo de los cuales la Centuria en que formaba este Soldado tiene que
recuperarse en retaguardia por haber sufrido más del 50% de bajas. El resto de
la unidad, incluido este Soldado, se incorpora a una Compañía de Regulares como
Agregados, y forzando por otro punto la resistencia enemiga se avanzó hacia
Pozoblanco, llegando a 5 Km .
de la población y permaneció en la línea de vanguardia de la columna”.
Las tropas
republicanas mantienen su posición e inician un contraataque, que devuelve a
las tropas sublevadas hasta la línea
de inicio de la ofensiva. “Permaneció en esa situación hasta que el día 29
de marzo, por Orden Superior, se retira con su Unidad y el resto de la Columna
a la posición denominada “La Chinorra”, quedando aquella guarnición de trinchera
y sufriendo continuo fuego enemigo”.
En este monte
las tropas franquistas sufrieron un continuo ataque que duró más de 10 días. Al
final, la contraofensiva republicana fue perdiendo fuerza y el frente quedó
definitivamente establecido. La Batalla de Pozoblanco suponía un equilibrio de
fuerzas entre los dos contendientes en la primavera de 1937, así que esta
batalla, con la de Madrid y la de Guadalajara, era la respuesta de la
República. De esta forma, el frente sur republicano quedaba asegurado.
Esta fue la
principal aportación de mi abuelo a la Guerra Civil. Una batalla que se inclinó
hacia el lado republicano y que fue silenciada por la propaganda franquista. La
batalla fue una masacre, al ir retrocediendo las tropas nacionales iban dejando
una masa indiferenciada de cuerpos humanos y de caballos muertos en medio de la
carretera; en las bolsas de miembros de las tropas moras se encontraron varias
cabezas cortadas para después quitarle algún diente de oro. ¿Qué sentiría él,
un muchacho de 18 años, ante tal horror? ¿Vergüenza, asco, miedo, más miedo..?
Mi abuelo terminó de agregado en la unidad de regulares de Larache. ¿Conocía
las atrocidades que las tropas moras cometían? ¿No tuvo otro remedio? ¿Le
obligaron, le arrastraron las circunstancias? El único dato que conozco es que
en septiembre fue ascendido a cabo. Las preguntas se suceden: ¿era un hombre
muy ideologizado?, ¿qué opinaba de todo cuanto estaba sucediendo?, ¿qué actitud
tomó frente al horror? Su respuesta ante los horrores de la guerra fue el
posterior silencio que toda la vida mantuvo sobre estos años.
La guerra acaba
y él participa con los Regulares en el último asalto a Madrid , ya sin épica ni gloria. Vuelven a
Larache y allí vive hasta que en agosto de 1942 se alista voluntario en la
División Azul. Manuel Reyes se alistó en la segunda recluta para esta división.
Parece que de nuevo llegó tarde. En la primavera y el verano de 1942 ya no hubo mismo entusiasmo que en la recluta
de 1941.
La situación
había cambiado radicalmente. La División Azul había dejado de pertenecer a la
órbita de influencia de Falange. La guerra se iba inclinando lentamente hacia
el lado de los aliados y Franco se iba amoldando a la nueva situación. Serrano
Súñer había dejado el Ministerio de Exteriores y ahora Gómez Jordana daba, ya
en septiembre de 1942, un giro a la política exterior española a favor de los
intereses aliados. Franco destituye al general Muñoz Grandes al mando de la
División; con esta destitución Hitler pierde toda esperanza de la participación
española en la contienda.
La presión
aliada es muy fuerte. Churchill en junio de 1943 consigue que la División Azul
se disuelva en la Legión Azul, unidad mucho más pequeña, que el régimen de
Franco termine con la difusión de las campañas de propaganda del Eje y que
abandone la “no beligerancia” en favor de una estricta neutralidad.
Por parte
alemana, Hitler establece en marzo de 1942 la estrategia en el frente del Este.
Las fuerzas alemanas se concentran en dos puntos: al sur, con el objetivo del petróleo del Cáucaso
(Bakú, Stalingrado y Volga) y al norte, con el objetivo de Leningrado. El frente
de operaciones de la División Azul será este, el frente de Leningrado. El desastre
de Stalingrado ocurre en noviembre de 1942.
El sargento
provisional Manuel Reyes llega a Alemania el 25 de septiembre de 1942, al campo
de instrucción de Hof -Saale .
Desde allí sale el 8 de octubre hacia Rusia y bombardean su tren en Luga. Por
fin, llega a Wierlewo donde le asignan a una sección, el 250 Batallón de
Reserva Móvil. Le destinan a la posición de Krasny-Bor en una compañía de
ametralladoras, donde dirige un pelotón. Llega la batalla, así lo narra su
historial militar:
“El 10 de
febrero el enemigo ataca la posición que guarnece nuestro Batallón, es
rechazado tras fuerte preparación artillera de tres horas y destruidos varios
de los muchos tanques lanzados sobre nuestras trincheras. A las 10 horas del
mismo del mismo día el enemigo penetró en las trincheras del Batallón y
contiguas, empeñándose un cuerpo a cuerpo que duró hasta la noche en que se
retiraron nuestras fuerzas por orden de la Superioridad, siendo herido el
Sargento Manuel Reyes en plena lucha hacia las doce horas. Por sus propios
medios se evacuó al hospital de Raicowo donde se le practica la primera cura”.
La batalla de
Krasny-Bor fue la batalla más cruenta que libró la División Azul. Fue
absolutamente desigual, por parte soviética había 38 batallones, 80 tanques y
150 baterías; por el lado de los divisionarios, sólo 3 batallones y 5 baterías.
La batalla duró escasamente 9 horas y fue una carnicería. A las 11.30 los
mandos divisionarios piden desesperadamente refuerzos, estaban siendo
arrasados. El Alto Mando alemán hizo caso omiso a esta petición, y sólo a las
16.30 llegaron los primeros refuerzos. Las bajas divisionarias fueron
numerosas: 1125 muertos, 1036 heridos (a mi abuelo una bala le destrozó el
brazo) y 91 desaparecidos. Y el resultado fue nimio, se extendió el frente de 3 a 6 Km . de longitud. Es difícil
no pensar que eran carne de cañón.
¿Por qué fue a
Rusia? ¿Por motivos ideológicos? Posiblemente no. A la vuelta del primer remplazo, el de 1941, 1.116 de sus sargentos provisionales
presentaron instancias para el curso de transformación a la condición de
profesionales. Lo mismo hizo él, se convirtió en Sargento de Infantería en
noviembre de 1944 y Brigada en enero de 1947.
¿Qué vivió en
Rusia?, ¿qué pudo ver para no hablar de este tema el resto de su vida? Desde
que llegaron los divisionarios en septiembre de 1941 se fueron cruzando con
columnas de judíos que iban a los campos de trabajo forzado. Los veían con un
aspecto totalmente depauperado y tuvieron problemas con los alemanes por
ofrecerles cigarrillos. ¿Sabrían los divisionarios algo más? Ya a mediados de
1942 los mandos de la División Azul sabían de la existencia de los campos de
exterminio y era vox populi entre la Werhmacht las actividades de los
Eisantzgruppen. ¿Sabría mi abuelo algo de esto? ¿Eran sólo los desastres de la
guerra lo que le horrorizó?
¿Por qué tanto
secreto? Ni participó en represión alguna, ni venció en batalla alguna. Para bien o para mal, llegó siempre tarde y se le escapó
la gloria; casi se podría decir que era un perdedor entre los vencedores. ¿Por
qué el secreto, los agujeros en la memoria? ¿Quizá por vergüenza, por asco
moral? Tampoco lo creo, jamás renegó, volvió a los Regulares de Larache y,
cuando se ganó su ascenso, lo destinaron a la Agrupación Mixta de Montaña en
los Pirineos hasta que se licenció en 1951. Y a partir de entonces, siempre
mantuvo algún lazo con el Ejército. No es este el comportamiento de alguien que
reniega. ¿Quizá supo algo de lo que le estaba sucediendo a los judíos? Sólo es
una conjetura, nada más. Nadie le escuchó decir nada sobre los judíos en toda
su vida. Eso sí, el único libro que tenía en casa sobre aquellos años era un
libro sobre el Holocausto, se trata del
libro de Jean-François Steiner Treblinka,
aparecido en 1972, que fue uno de los primeros libros que aparecieron en el
mercado editorial español sobre estas cuestiones.
Pasa el tiempo y
me inclino a pensar que quizá no haya secretos, sino solo silencio, quizá solo
enmudeció, como
decía Benjamin de los soldados de la primera Guerra Mundial. Quizá solo haya
vacío, el hueco con que el horror le mutiló el alma para siempre. Existe un
horror, un miedo, un dolor que solo tienen el silencio como forma de expresión, quizá ese sea la
experiencia que tuvo durante estos años, quizá eso es lo que vio en el frente
en la guerra civil o en el frente de Leningrado.
Los jirones de
su memoria son también los míos, las memorias, como las vidas, se entrelazan, se implican.
Me pregunto qué habría hecho yo en su circunstancia y, por otra parte, siento
cierta responsabilidad de sus acciones y comportamientos, y todo esto a pesar del paso del
tiempo. Quiero conocer y no me asusta juzgar, si bien, pecar de justiciero
sería lo más injusto. En fin, lo que quedan son las preguntas, la mayoría sin
más respuesta que su propio silencio. Lo que queda es una memoria agujereada ya
que la vida secreta de su memoria son los agujeros de la mía.
Busco metáforas
para pensar la relación con mi abuelo y me acuerdo de Tiresias, un adivino
ciego que vivía en Tebas. Este personaje de la mitología era capaz de adivinar
el futuro, tenía el don de la clarividencia, pero ese don iba acompañado de la
vida de tinieblas de la ceguera. Mantiene sus dones adivinatorias incluso en el
mundo de los muertos; allí, más en las tinieblas que nunca, ayuda a Ulises a
volver a Ítaca. Pues bien, si en Tiresias van juntas la clarividencia, la
ausencia de secretos, y la ceguera, quedar fuera del secreto, mi abuelo y yo
hemos destrozado a Tiresias; él se quedó con la clarividencia y yo con la
ceguera. Jamás volverá Tiresias...
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